El Furor sobre Impostures Intellectuelles

¿De qué va todo este jaleo?

por Jean Bricmont y Alan Sokal

[Publicado, bajo el título "What is the fuss all about?" en el Suplemento Literario de Times (Londres), 17 Octubre 1997, p. 17. Las notas al pie de la página bibliográficas no aparecieron en el TLS, pero se incluyen aquí para conveniencia del lector]

La publicación en la Francia de nuestro libro Impostures Intellectuelles [1] parece haber creado una pequeña tormenta en ciertos círculos intelectuales. Según Jon Henley en The Guardian, hemos demostrado que ``la filosofía moderna francesa es un montón de tonterías.'' [2] Según Robert Maggiori en Libération, somos unos pedantes de la ciencia sin ninguna gracia que se dedican a corregir errores gramaticales en cartas de amor.[3] En este artículo trataremos de explicar por qué no es cierta ninguna de las dos visiones.

Algunos comentaristas van más aún más lejos, al atacar no ya no nuestros argumentos sino nuestras supuestas motivaciones para escribir el libro. Julia Kristeva, en Le Nouvel Observateur, nos acusa de esparcir ``desinformación" en el marco de una campaña político-económica antifrancesa [4]; en el diario italiano Le Corriere de la Sera incluso se le citaba (esperamos que erróneamente) diciendo que necesitamos tratamiento psiquiátrico.[5] Vincent Fleury y Yun Asolea Limet, nuevamente en Libération, nos acusa de buscar desviar fondos de investigación desde las ciencias sociales a las naturales.[6] Estas alegaciones son curiosas, ya que incluso en el caso de que nos animaran motivaciones como las que se nos suponen (lo cual, ciertamente, no es cierto): ¿cómo podría afectar a la validez o nulidad de nuestros argumentos? Tenemos la modesta esperanza de que terminen por prevalecer las mentes más sosegadas tanto ente nuestros defensores como entre nuestros críticos, de manera que se pueda enfocar la discusión en la sustancia del contenido de nuestro libro.

¿Qué hay que decir? El libro se escribió al margen de la actualmente afamada broma que uno de nosotros publicó en la estadounidense revista de estudios culturales Social Text, una parodia en forma de artículo repleto de citas absurdas, pero desgraciadamente auténticas, acerca de Física y Matemáticas por parte de destacados intelectuales franceses y estadounidenses.[7] Sin embargo, tan sólo se pudo incluir en la parodia una pequeña fracción del ``dossier'' descubierto en la investigación bibliográfica de Sokal. Después de mostrar el material más amplio a amigos científicos y no científicos, nos fuimos dando cuenta poco a poco de que podría merecer la pena acercarlo a una audiencia más amplia. Queríamos explicar, términos no técnicos, por qué las citas son absurdas o, en muchos estuches, simplemente carecen de sentido; y queríamos también abordar las circunstancias culturales que permitieron que este discurso alcanzara tamaña relevancia y hubiera resistido hasta entonces sin que nadie lo pusiera en evidencia, A partir de ahí, nuestro libro, el ruido y el furor.

¿Pero qué es exactamente lo que planteamos en nuestro libro? Ni demasiado ni demasiado poco. Mostramos que algunos intelectuales famosos como Jacques Lacan, Julia Kristeva, Luce Irigaray, Jean Baudrillard y Gilles Deleuze han hecho un uso inadecuado y repetido de terminología y conceptos científicos, bien usando ideas científicas totalmente fuera de contexto, sin dar la más ligera justificación empírica o conceptual –nótese que no estamos en contra de la extrapolación de conceptos desde un de campo a otros, sino únicamente en contra de las extrapolaciones que se hacen sin sentido- o bien arrojando jerga científica a sus lectores no científicos sin ninguna consideración a su importancia o incluso a su significado. No hacemos planteamos en ningún momento que esto invalide el resto de su trabajo, sobre que somos explícitamente agnósticos.

Nótese que no criticamos el mero uso de palabras como ``caos'' (que, después que todo, nos lleva a la Biblia) fuera de su contexto científico. Más bien nos centramos en la invocación arbitraria de nociones técnicas tal como el Teorema de Gödel o los conjuntos compactos o los operadores no conmutativos. Tampoco tenemos nada en contra de las metáforas; comentamos meramente que la función de una metáfora suele ser la de aclarar un concepto no conocido relacionándolo con otro más uno familiar, no al revés. Imaginen, por ejemplo, que en un seminario teórico de física nos pusiérmos a explicar un concepto muy técnico de la teoría cuántica comparándolo con el concepto de aporia de la teoría literaria de Derride. Nuestro auditorio de físicos preguntaría, bastante razonablemente, para tal metáfora (independientemente de que fuera o no apropiada para la situación) sirve para algo más que para hacer gala de nuestra propia erudición. Del mismo modo, no conseguimos ver la ventaja de invocar aun metafóricamente, ante una audiencia no especializada, conceptos científicos que uno mismo no comprende del todo bien. ¿Puede que sea para hacer pasar por profunda una observación filosófica o sociológica más bien banal, vistiéndola de la seda una jerga científica?

Un objetivo secundario de nuestro libro es el relativismo epistémico, específicamente la idea –mucho más extendida en el mundo Anglosajón que en Francia- de que la ciencia moderna no es más que un mito, una narración o un constructo social entre muchos otros.[8] (Permítasenos recalcar que nuestra discusión se limita al relativismo epistémico / cognitivo; no abordamos los aspectos, más difíciles, del relativismo moral o estético.) Aparte algunos abusos francamente excesivos (p. ej. Irigaray), analizamos y diseccionamos algunas confusiones frecuentes más bien los círculos postmodernos y de estudios culturales: por ejemplo, la utilización inapropiada de ideas propias de la filosofía de ciencia, como escasa determinación de la evidencia en la teoría o la dependencia que la observación tiene de la teoría, con el fin de apoyar un relativismo radical.

Nos acusan de ser unos científicos arrogantes, pero nuestra visión del papel de ciencias puras es en realidad más bien escasa. ¿No sería hermoso (y para nosotros, matemáticos y físicos, lo es) que el Teorema de Gödel o la teoría de relatividad o tuvieran verdaderamente implicaciones inmediatas y profundas en el estudio de sociedad? ¿O que el axioma de la oportunidad pudiera usarse para estudiar poesía? ¿O que la si topología tuviera algo que ver con la psiquis humana?

La reacción en Francia, hasta ahora, ha sido mixta. Kristeva y otros nos han acusado de francófobos. Pero para nosotros, las ideas ningún tienen nacionalidad. No hay un pensamiento francés ni un pensamiento de ningún país, aunque por supuesto puede haber modas en determinados lugares y épocas. Es comprensible que a las personas criticadas en nuestro libro les gustaría presentarlo como un ataque global a la cultura francesa, pero no hay razón para que sus compatriotas caigan en tal maniobra. Nadie debería sentirse obligado a seguir siempre la línea nacional del lugar donde fue a nacer, y nadie tiene derecho para definirles a otros cómo debe ser esa ``línea". ¿Y en lo que se refiere al concepto de "pensamiento francés", qué tienen en común (aparte del idioma) filósofos como Diderot y Deleuze?

Y tampoco atacamos a toda la filosofía Francesa contemporánea. Nos limitamos al uso inapropiado de la física y matemáticas. Pensadores tan conocidos como Althusser, Barthes y Foucault -quien, como los lectores del TLS sabrán bien, han siempre tenido sus defensores y detractores a ambos lados del Canal- aparecen en nuestro libro únicamente en un papel menor, como cheerleaders de los textos que criticamos.

Pascal Bruckner, defendiendo a Baudrillard en Le Nouvel Observateur, contrastaba ``una cultura Anglosajona basada en hechos e información con ``una cultura Francesa que utiliza más bien la interpretación y el estilo" [9]. En un comentarista Británico o Estadounidense, esa afirmación sería una expresión de prejuicio nacional, una confusión insultante de la haute culture con la haute couture. ¿Queda algo mejor en boca de un francés?

Pero estas reacciones nacionalistas no son habituales. Muchos científicos franceses, por supuesto, están de acuerdo con nosotros, pero también muchos científicos sociales franceses e intelectuales. Y esto tiene sentido: lejos de ser un ataque a la filosofía o a las ciencias humanas en general, el propósito de nuestro libro es apoyar a los trabajadores serios de estos campos llamando públicamente la atención sobre los casos de charlatanería. ¿Deben considerarse las críticas a Lysenko como un ataque a la biología? ¿Y si nosotros –que criticamos errores mucho menos exagerados en nuestros campos de investigación [10]- nos hubiéramos abstenido de señalar estos abusos, no habríamos incurrido en un insultante doble standard, como si nos dijéramos "para qué nos vamos a molestar, si total, las ciencias sociales no dejan de ser un disparate?

Las revelaciones que contiene nuestro libro deberían servir meramente para abrir los ojos a los lectores. Bertrand Russell explicó en una ocasión que, tras haberse educado en Cambridge en la tradición filosófica Hegeliana, cambió de opinión al leer que el maestro (Hegel) había escrito acerca de matemáticas, a las que consideraba (apropiadamente) como un "confuso disparate" [11]. Esto no prueba que lo que Hegel dice acerca de otros temas sea despreciable, pero le hace pensar a uno. Cuando las creencias se aceptan por moda o por dogma, se resienten incluso cuando se pone en evidencia una parte marginal de ellas. Considérese, por el contrario, la obra de Newton: se estima que 90% de sus escritos tratan de alquimia o misticismo. ¿Pero, qué más da? El resto sobrevive porque se basa en sólidos argumentos empíricos y racionales. Si esto mismo puede decirse de la obra de nuestros autores, entonces la relevancia de nuestros hallazgos es marginal. Pero si estos escritores han llegado a ser estrellas internacionales por razones sociológicas más que intelectuales, y en parte porque son maestros del lenguaje y pueden impresionar a su auditorio con un abuso inteligente de terminología sofisticada –tanto científica como científica-, entonces lo que nosotros planteamos puede desde luego ser útil.

Jean Bricmont es profesor de física teórica en la Universidad de Louvain, Bélgica.

Alan Sokal es profesor de física en la Universidad de Nueva York.

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