LA NEGACIÓN DE LA ENFERMEDAD MENTAL GRAVE

H RICHARD LAMB

Psychiatric Services, 1997; 48(11): 1367

Cuando a uno le enseñan los programas de salud mental de este u otros países, es frecuente que los directores de los programas le cuenten que gracias a los servicios comunitarios extensivos y de alta calidad que han desarrollado han conseguido reducir hasta un número muy pequeño el colectivo de sus pacientes crónicos con muchos años de hospitalización, o incluso han podido prescindir definitivamente de los hospitales. Sin embargo, si un clínico tiene la oportunidad de hablar con otros profesionales que trabajan en ese campo, descubrirá que muchas personas con enfermedades mentales graves están en realidad ingresados en varios hospitales cercanos, residencias asistidas de ancianos o centros similares. Yo ya me he encontrado con esta situación varias veces. Incluso, y aunque es más difícil de demostrar, es típico que un número significativo de los enfermos mentales graves de la zona estén en la cárcel o vivan en la calle.

¿Por qué existe esta discrepancia entre lo que nos dicen y lo que sucede en realidad? Sabemos, y existen muchas pruebas de ello, que la gran mayoría de las personas con enfermedades mentales crónicas graves pueden adaptarse bien a la vida en la comunidad, especialmente, si siguen tomando el tratamiento antipsicótico. ¿Por qué no nos limitamos a enorgullecernos de nuestros logros en la tarea de facilitarles una adaptación exitosa a la comunidad?

Pero también disponemos de un volumen considerable de datos que nos sugieren que una pequeña minoría de las personas con enfermedades mentales crónicas graves son incapaces de vivir en la comunidad si no disponen de estructuras de apoyo muy importantes. ¿Por qué no reconocemos que algunas personas son tan violentas y peligrosas, o tan reticentes a tomar medicaciones, o tan tendentes a sustituir la medicación por drogas de abuso, que no pueden vivir en la comunidad o que sus síntomas son tan disruptivos que no se les puede tratar en un medio abierto? Esta observación puede parecer obvia a la mayoría de los profesionales con responsabilidades clínicas cotidianas. ¿Cómo podemos ignorar que algunas personas con enfermedades mentales rebasan el nivel de tolerancia general de la sociedad (por ejemplo, los que a causa de su enfermedad hacen continuamente llamadas inapropiadas a los servicios de urgencia, o provocan incendios, o atacan a otras personas)?

Una respuesta a estas preguntas es que tenemos una tendencia a negar o minimizar la enfermedad mental grave. Tan sólo si contamos con más y mejores recursos podrán vivir en la comunidad todas las personas enfermas. La ideología, a menudo, se impone a la realidad clínica.

Esta cuestión de la negación es algo más que una esquisitez académica. Si negamos la existencia de la enfermedad mental grave, o lo difícil que resulta su tratamiento, no llegaremos a aportar el tratamiento y la estructura de apoyo adecuadas para estas personas. Y por este motivo, muchas personas con enfermedades mentales graves seguirán con una vida caótica y peligrosa, en no pocas ocasiones en la cárcel o en la calle.

H RICHARD LAMB es profesor de Psiquiatría en la University of Southern California School of Medicine de Los Angeles.

Psychiatric Services, 1997; 48(11): 1367